Para
1988, AVC ya había sido derrotado como organización insurgente. Su fracaso no
tenía que ver con los pocos militantes o armas. En estricto sentido, una
derrota no se define por la aniquilación de las fuerzas combatientes sino por
la incapacidad de éstas para continuar con una acción bélica autónoma y esto le
pasó a AVC.
Según
el criterio de la investigadora de este trabaja, el AVC, tuvo tantos
comandantes, militantes, simpatizantes, muchos de estos se autodenominaron como
tales, sin ni siquiera pertenecer al grupo, una vez en manos de sus
“auténticos” comandantes y militantes, AVC llevó sus contradicciones al
extremo, imaginándose que el simbolismo político era expresión de la existencia
de un proyecto político.
La
dejación de las armas no emergió como una decisión de toda la militancia
alfarista. Aquella comenzó a fraguarse mediante contactos informales entre los
futuros miembros del gabinete socialdemócrata y los auténticos alfaristas
encarcelados en Quito y Guayaquil. Por ello, éstos debieron recurrir a
múltiples artificios para desenvolverse en la incómoda situación. Utilizando la
amenaza de reiniciar acciones combativas, los auténticos comandantes intentaron
mantener algún nivel de control sobre los militantes clandestinos que todavía
perseveraban en sus pretensiones revolucionarias y, también, intentaron
negociar soluciones individuales relativamente satisfactorias y rentables con
el gobierno de Borja.
En
ese contexto, a mediados de 1989, se inscribe aquella frase según la cual
“cuando Febres Cordero entregue sus armas, nosotros entregaremos las nuestras”,
una declaración francamente falaz si se considera que, según los documentos de
la última conferencia nacional clandestina, AVC no disponía de una sola arma en
1987, haya o no tenido AVC las armas entregadas en una ceremonia pública en la
Plaza de San Francisco, lo importante fue “el gesto”.
La
autora de este trabajo cree que por primera vez en la historia moderna de las
organizaciones clandestinas ecuatorianas, la clase política pudo presentar a la
desarticulación de un intento subversivo como consecuencia de las supuestas
virtudes del convivir republicano en nuestro país, una “isla de paz”. Este
tamaño favor le hicieron los auténticos ex guerrilleros a una democracia
oligárquica.
A su
vez, y al menos por unos cuantos meses, la dejación de las armas les permitió a
los caudillos de AVC mantenerse en la escena política nacional protagonizando
el momento, por efímero que éste fuese. Por aquel entonces, con la audacia
característica de quienes aspiran a convertirse en diputados aprovechando el
capital mediático acumulado en el pasado, los auténticos alfaristas prometieron
seguir siendo los mismos de siempre porque la ausencia de armas no le quita al
movimiento su carácter subversivo.
A
tal efecto, en un infructuoso intento por iniciar carreras políticas creando su
propio partido, el 1ro. De mayo de 1989 aquellos desfilaron por las calles de
Quito cubriéndose los rostros con pañuelos al estilo “subversivo”. También
establecieron la “Casa del Militante”.
Con
el transcurso de los meses, los auténticos alfaristas desaparecieron de la
escena pública. Su innovador movimiento o partido nunca llegó a concretizarse.
Ninguno de los históricos personajes logró convertirse en un organizador social
destacado, en un líder de opinión o en un político exitoso, hasta que en el
actual gobierno, con el Presidente Rafael Correa, y siendo parte de su partido
político Alianza País, algunos de los personajes mencionados en este trabajo,
han sido parte importante dentro de los ministerios y secretarías de este
régimen.
Con
posterioridad al acuerdo
alcanzado con el
gobierno socialdemócrata en
marzo de 1989, AVC comenzó a hacer política sin transgredir el
ordenamiento jurídico vigente con acciones
susceptibles de ser tipificadas como subversivas.
Al parecer, los
miembros de AVC precisaron que el proceso de dejar las armas lo iban a realizar
a través del Parlamento Andino, el 26 de febrero de 1994, mediante un acto
público. Este hecho cerró formalmente la historia de una guerrilla inconclusa,
acontecimiento que fue precedido por una misa de acción de gracias oficiada por
el propio Arzobispo de Quito.
El día de la entrega de armas, los más de 200 ex
guerrilleros presentaron unas cajas cerradas cuyo contenido no fue visto ni
tampoco contabilizado, exceptuando unas cuantas cajas abiertas a manera de
muestra para ser
destruidas, pero este
acontecimiento no se
pudo efectuar completamente,
pues el dispositivo triturador no función correctamente, por ello, las armas
fueron entregadas a la Iglesia Ecuatoriana con el propósito de que se fundieran
como material para un monumento por la paz.
Patricio Baquerizo, quien fue militante de AVC, aseguró
que los miembros del grupo no dejarían las armas porque esta organización
no cuentan con ellas, “las armas que van a entregar han sido compradas por el
Gobierno, además, afirmó que Pedro Moncada y los demás dirigentes de la
agrupación recibieron 5 millones de sucres en el mes de abril de 1990 y 7
millones en el mes de mayo como resultado de una “negociación de dinero en la
cual ellos en primera instancia pidieron un millón de dólares para la entrega
de armas y posteriormente llegaron al acuerdo de los 200 millones de sucres”, [1]
lo cual para Baquerizo conllevó a la división de la agrupación.
Desde que se empezó la investigación de este trabajo, se
menciona que el olvido es un recurso de poder. Por eso, cuando admiten la
existencia histórica de AVC, la televisión
y la prensa
prefieren difundir reportajes
centrados en las
vivencias subjetivas de los entonces jóvenes insurgentes, convirtiendo a
sus acciones, palabras o pensamientos en
hechos con poca o ninguna
relación con el
país que existía. Sin embargo en la actualidad, la
Asamblea Nacional Constituyente, ha sido parte de un momento histórico que como
se manifestó con anterioridad, solo la historia juzgará pues, en un Acto
memorable, se condecoro a Arturo Jarrín como uno de los personajes históricos notables
de este país.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario